Cae la tarde, pero la luna salta para
guiar tu camino al final de la jornada. Tu largo día en medio de un bullicio de
indiferencia, de comercio, de dinero, de subsistencia, lo que te convierte en
oruga, que se mueve entre tanta fruta podrida en el centro de la ciudad. Tu
delicado cuerpo, tus manos delgadas, dedos de pianista, mirada desconocida.
Tu tarde agitada,
caras nuevas que no sorprenden, caras viejas que te asombran, en la repetición
de tu vida, de tus pasos sobre las viejas calles, llenas de agua sucia, tal vez
lágrimas de indigentes, tal vez lluvia de ángeles deprimidos que se
derriten ante tu caminar. Tus suspiros, en medio del humo de los carros,
del humo de la comida callejera, la cual sé que no comes para no alterar tu
menuda figura, eres la bailarina de los andenes, hasta la más andariega esquina
se convierte en una caja musical con tu presencia.
El malabarista
del semáforo te observa, el niño de la calle evita pedirte limosna,
tal vez tema ensuciar tu blanca piel, tu delicadeza, pero en tus ojos no hay
desprecio, tal vez sientas limpiar tu aura dándole un pan a ese niño,
sientes que el bullicio de la tarde te pertenece. Los sonidos de las bocinas se
tornan en partituras de una melodía, de una canción urbana, de un sonido que te
hace añorar las alas de tu cuerpo, para arroparte y hacer que las estrellas te
den esa calma que tanto busca tu alma mientras estás volando en el pavimento de
la calle.
Desconocidas tus labores, conocidas tus
rutinas, la misma esquina, en la cual en medio de la gente te aglutinas,
esperando el turno, pagando el pasaje y ver la avenida enroscada al horizonte,
justo en frente del cementerio. Desconociendo si alguien que haya sido parte de
tu vida esté reposando en ese sitio, no lo sé, pero siempre queriendo verte de
nuevo antes que duermas anónimamente en un paraíso de cemento y mármol, sin
saber nunca que tus ojos hechizaron a un anónimo.
Así es ella, una princesa con corona de asfalto, de uñas de mármol en medio de unas delicadas manos que tocan la sucia varilla de la buseta, con la que te rascas la cabeza y mueves tu larga cabellera. Y aquel admirador anónimo te convierte en su princesa, rogando siempre que su retorno a casa sea eterno, con que el bus se vare, haciendo poesía con cada madrazo de los que estén por regresar rápido a sus casas, por estar siempre viendo a su mariposa intermitente, urbana, tal vez pobre, pero demasiado hermosa.
Las miradas que se cruzan mueren
lentamente en medio del hacinamiento, de hedores sudorosos de obreros,
prostitutas y vendedores ambulantes. Esperando volver a ver esos ojos, esa
mirada que se despide lentamente mientras va saludando, mientras se escuche la
sonrisa, de unos anuncios de hierbas donde esperas el transporte, de la
pastilla milagrosa que haga de ti un espectáculo cotidiano.
1 comentario:
Wao... hermoso. Estás enamorado de la chica ah? Me encantaron ciertos recursos: dedos de pianista, lluvia de ángeles deprimidos, Desconocidas tus labores, conocidas tus rutinas...mariposa intermitente ¡lindo!
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