¿A dónde lo que hemos vivido? No se
va, a veces vive en el presente. ¿Dónde está el futuro? Está cuando el presente
nos abruma y nos ilusionamos con que mañana será otro día. ¿Lo fatal? Es que el
mañana es una fecha en un papel, a veces sigue siendo ese mismo trágico ayer,
que se agudiza en un tiempo que parece no ayudar por intentar acelerarlo, así
como fue en el pasado. El asunto es que en el pasado no vimos lo que es el
tiempo, solo lo sentimos pesado cuando nos
tenemos que jugar la tranquilidad, antes no.
Culpamos a ese otro que nos
detiene el tiempo, no es para menos, nos hizo sentir una existencia menos
tediosa. Pero ese otro va formándose con lo que es de uno y viceversa. No se
trata de la media naranja, pero los humanos tampoco son islas. Es la condena de
la existencia, es el cielo y a la vez el infierno, ya lo había dicho Sartre “El
infierno son los otros”
Es ese tiempo que se vivió, que
por un momento se deseó que fuera eterno, que no pasara el reloj, ese delirio
de complemento que acompaña al humano desde el momento en que supo de la falta.
Es ese tiempo, cuando no se vive, se torna como el peor enemigo del placer
propio, anclado en recuerdos, errores, los “si hubiera”, arrepentimiento. Ahí pasa
lento, cada segundo para ir atrás en el único viaje al tiempo que existe, el de
amargarse por lo vivido. Es fidedigno, se siente igual, se retrocede en el
sentir subjetivo.
Que al menos las faltas terminen
siendo propias, ni mucho menos buscar endosarlas o que se las endosen a uno. Nada
más triste que adoptar faltas ajenas, para terminar viviendo una vida ajena,
lejos de lo difícil que es la propia en sí misma. Cuando esa falta se toma
prestada, no se le quita el peso al otro ¡Vaya tontería! El otro sigue con su
falta, pero uno en el afán de no dejar ir se asume, para poder sentir esa otra
vida distante e indiferente como propia ¿Se puede caer más bajo?
¿A dónde va todo? ¿Lo cortamos de
raíz? ¿Lo vamos dejando conforme vivimos? No sé qué tanto podamos estar lo
suficientemente preparados para acabar lo vivido en el recuerdo de un tajo, ni
mucho menos ir contaminando las propias miserias e impregnarlas en otros que
nos rodean. No ya solución, siempre habrá daño colateral, es imposible no
sentir que algo nos siga hablando de otra persona, la sordera nostálgica es una
opción.
Si todo se quedara, quedamos en
una tumba llena de posibilidades irrealizables,
a menos que intentemos crear un Frankenstein hecho a imagen y
semejanza de los propios vacíos. Con lo peorcito de cada situación vivida y
crear un engendro más grande que nuestras propias debilidades. Si todo se
fuera, quedaríamos a la deriva de ser creados por quien nos puede usar como se
le antoje, anulando todo deseo e incluso quitándonos las ganas de intentar algo
que nos vuelva a condenar.
Nada como lo propio, así sean los
errores.
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