Era de noche, y ella no sabía nada más en que pensar, sabía que aquel amor que la hacía soñar se había despedido de su vida, de sus suspiros, de su existencia, cubría su almohada de recuerdos que le robaban el sueño del olvido. Aquel olvido parecía ser la solución para sus problemas o tal vez para tener otras cosas en que sentir, en que pensar, en que gastar lágrimas al vacío y en que gastar su tiempo en un deseo fallido, en el amor. Ella no ha sido mala, el cenizo color de su cabello daban cuenta de cómo el dolor le subía a la cabeza, marchitándola poco a poco, se sentía cansada de siempre recordar en las veces que dijo siempre y en él nunca de volver a enamorarse, o en él nunca te dejaré y siempre vuelvo a lo mismo.
Esta vez sentía lentamente morir el amor dentro de ella, su frágil cuerpo se agotaba en una añoranza de infancia, sentir aquellos brazos que la abrigaban en la oscuridad y hacerla sentir segura, en aquel silencio que se dibujaba en una sonrisa inerte ante los cumplidos de sus pretendientes, porque a decir verdad era muy bella, pero sus labios pálidos y gastados, como si aquella roja fresa con la que nació poco a poco se fuera agotando a través de esos besos falsos y reales suspiros, entre aquellos sabores que en sus años de juventud disfrutaba sin pensar en que los aromas son etéreos y los sabores pasajeros.
Soñó con la muerte muchas veces, no le parecía tan grave como si alguna de sus parejas la abandonara, sabía que el abandono dependía de las intenciones de su ser amado, en cambio la muerte no dependía de las intenciones, sino de aquel proceso vital de los humanos, el tener que morirnos. Ella sabía que de una muerte se recuperaría al ver que su amado estaría difuminado en cenizas, y el abandono implicaba un gasto de emociones con ella, imaginar a su amado en brazos de otra significaba una muerte lenta….se preguntaba una y otra vez ¿Perder el amor o su vida? No era fácil para ella llegar a esa respuesta, perder su amor le hacía sentirse vacía, el vomitar por las mañanas no era suficiente, como si en la bilis le tocara desprenderse de sus sueños, como si la agonía del pensar en esa persona durante todo su día no fuera suficiente, el tener que sentir que su sentir ya no le bastaba a su amado y por eso simplemente, con la misma fuerza del mar que borró el nombre de ambos en la playa.
La muerte se le presentaba como un fin perfecto, donde nada más queda para decir, ni hay oídos que escuchen las palabras, ni de despedida o incluso un reclamo fuera de tiempo. Era, para ella, el estado de perfección del ser, donde nada le falta y nada le sobra, donde nada queda para hablar, solo pensar en su perdida, y quedarse siempre en el “hubiera sido”, le parecía mejor consuelo que la imaginación de su ser amado estando con otra persona, aplicándole la desidia del olvido y el no recuerdo.
Seguía pensando, las lágrimas y la saliva en sus sabanas eran lentamente secadas por el calor de la mañana, se despertó imaginando una presencia nueva y tratando de olvidar una ausencia. La ausencia la preparaba para un adiós, y un nuevo “hola” desde ya la adelantaba a imaginarse un nuevo adiós. Y ahí donde quedaba la espera, donde regresa la soledad, donde se recibe de nuevo la traición disfrazada con palabras dulces, sentía la hiel de los próximos besos, reflejados en la miel de una ilusión, por otra vez más, de sentirse amada.
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