Las flores se marchitan sin decir adiós.
El recuerdo que alguna vez no fuimos.
Abandonando lo terrenal sin miedos.
Olvidando a quienes no poseemos.
Es la eternidad temporal de la existencia.
Donde pensamos no desvanecer la vivencia.
De una vida tan pasajera como vacía.
En la muerte tenemos garantizada la permanencia.
Solamente nos llevamos una parte.
Aquella que no recuperaras en el arte.
Que te hará dibujar un gris atardecer.
El momento en que me viste fallecer.
No podrás extrañar lo que no pudo pasar.
Solo quédate en la agonía de un falso regresar.
Que desesperadamente viví de tanto esperar.
De la que mi ansiedad supiste despertar.
Fuiste una premonición fatalista.
La causa de una decisión ya lista.
Dibujando un epitafio con tus lágrimas grises.
Esculpiendo el monumento a mi soledad en tus noches.
Como la hoja que se cae del árbol.
Como mis ojos nunca fueron tu sol.
Como mi piel fue solo un tornasol reflejo.
Como me vi en tus ojos en un triste espejo.
Moviéndome bajando hacia la nada.
Donde he de dormir un momento solamente.
No tendrá sentido que estés desesperada.
Porque que en mi lapida estarás eternamente.
Fuiste la flor marchitada en las ilusiones.
Rociada con palabras sin razones.
Moribunda esperanza de un frío beso.
Ahora es el ataúd que sobre mi está espeso.
Ya es la hora de irme.
No quiero irme sin despedirme.
Pero en tu silencio esta aquel adiós.
Que me diste sin poder estar los dos.
Donde he de morir, solo moriré.
Donde vaya a ir, solo iré.
Ni tu ni nadie podrá llorar.
Aquello que me vuelva a callar.
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