De lo que nunca se espera, nada se le pide. Aquello que hace falta siempre la hará, donde se ha de morir, falsas lágrimas se evaporaran. Ausencias inventadas ante falsas presencias, de palabras sin eco, de sonidos distorsionados, que solo aborrecen fatales compañías, aquellas que adoran con sangre en vez de agua, aquellos cuyos besos son hiel de amanecida y no miel de ocaso. De sentimientos cada vez agónicos, que se aferran a una estúpida ilusión de correspondencia, que ponen en un estado de coma a los sueños, a aquellas inmaduras fantasías de felicidad y plenitud eterna, que se desvanecen lentamente un rostro cada vez más frío y sediento de descanso, de muerte.
Aquella que lo libere de sus recuerdos y le evite la angustia de una incertidumbre, es la plenitud de un estado del ser, aquel que reposara en una postal de mármol, por mucho, o simplemente en cualquier cruz que sirva de advertencia para no seguir siendo pisoteado estando muerto. La misma que adorne a sus fieles falsos amantes, de lágrimas, lamentos y de planes que en vida nunca se iban a realizar, vaya vanidad del humano en inventarse culpas en medio de la felicidad que le generala muerte ajena. Que mientras en vida estaba sediento de besos era ignorado, y ahora que no los necesita simplemente los encuentra en cualquier esquina, en cualquier boca que se precie de ser besada y luego despreciada.
Soledad que se encuentra fácil, se adopta de manera complicada y se vive de manera traumática, junto a compañías imaginarias que por momento toman formas corporales, de almas vagabundas en un universo lleno de pesadillas, de angustias nocturnas, de las cuales buscan desesperadamente despertarse, para luego querer soñarlas de nuevo ante la imposibilidad de que, al menos, puedan sentir que tienen algo más por dentro que solamente un corazón vacío, que no bombea sangre sino melancolía, aquel que solo busca morir en paz y descansar en los otros a manera de pesadillas.
Amor que es esquivo, que se esconde detrás de ojos mentirosos y palabras de necesidad, aquello que se dice esperando oírlo a cambio, la pesadez de cambiar los sentimientos, de no poder expresarlos sin lastima, sin que carguen sobre su conciencia un temor de perdida, de un llanto escondido bajo tiernos reproches de atención desmedida. Aquellos que se esconden en otros brazos, mientras se espera tiernamente un final no menos doloroso, pero si menos intenso que no impida seguir fumando la soledad, el agobio de la tristeza y la virtud de una nostalgia de eventos que nunca sucedieron, que no se permitieron por los muros de indiferencias construidos con cada largo silencio. Que fueron construidos de conjeturas, ideas, deseos fallidos, hasta llegar a ser algo más que una indiferencia, pasaron a ser meras buenas intenciones, de un sentir acabado, que fue asesinado al primer asomo de felicidad en unos pálidos ojos verdes…al menos esa ficticia, pero felicidad al fin y al cabo, aquella que fallece tiernamente ante la intensidad de la realidad.
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