viernes, 10 de febrero de 2012

Pared



Las mañanas para Sofía suponen un constante sufrimiento, antes de querer levantarse quiere matarse. Vive su vida a la desesperada, yendo de corazón en corazón, queriendo ser la salvadora a cambio de dejarse ahogar en medio de sentimientos carnales. Se muere lentamente, siente que sus deseos están diseñados para la soledad, aspirando siempre a ser la sombra de sus amantes, de aquellas personas que temporalmente le roban solo el sueño y el hambre.

Ella pretende siempre callar las voces de su cabeza con un sonoro disparo, llevando el silencio a su alma, y el grito a sus amantes, pero gritos vacíos, de sensaciones pasajeras mientras encuentran, con gran facilidad, un reemplazo para Sofía. La boca de Sofía no es la misma de siempre, aquel carmesí natural de su boca palidece, y sus ojos rayados han cobrado un color uniforme, despojando de aquella cualidad camaleónica que tiene su mirar. Siempre piensa en ese disparo, de aquel dolor milimétrico en tiempo pero extenso en eternidad, teme quedarse presa en el sonido del disparo mientras su oído aún puede oír a lo lejos un lamento hipócrita.

No sueña con besos, con amaneceres u ocasos, sus días son una interminable lucha con los segundos del reloj, de cual es más doloroso que otro, sin esperar tiempos felices o efímeras dichas. Pero no mostraba tristeza más allá de su boca y sus ojos, sus palabras muestran otra cosa, un optimismo inusitado, una alegría desbordante, pero no es culpa de Sofía de estar rodeada de autómatas, que solo viven de palabras y no de actos, de expresiones, de tristezas. Siempre llena de amor pero vacía en sentimientos, pretende creer que ser amada implica sentir y que sentir solamente implica ya amar como tal, ella y sus equivocaciones.

Sus fantasías se encontraban presas en un espejo, del sonido de los zapatos de mamá que con cadencia caminaba en su niñez, de aquel jugueteo con los labiales le impregno ese carmesí del cual alguna vez pudo presumir. Dejaba pasar miradas penetrantes a su belleza, se hacía la indiferente cuando por dentro nada más la hacía sentir feliz, poder ser la dueña de atenciones, ya fueran de conocidos o desconocidos que se asombraban por su delicada figura y mirada pasajera.

Aquel sueño de ser sepultada en el mar, con un ataúd lo suficientemente pesado para que hundiera a lo profundo del mar, aquel sitio que la relajaba, del cual dice es su cerebro y cada ola se constituye en una neurona que la hace pensar. Moría lentamente, cada cigarrillo se apostaba como u juego suicida a largo plazo, le teme más a un solo disparo que a una larga agonía en soledad.

Quiere morirse, puede morirse, confunde la noche con la mañana, la mañana con el atardecer, solo ve a través de la ventana empañada de su vida. Sale afanosa a buscar aquel viejo revolver, esperando muy remotamente que se encasquille y el disparo no salga, las voces de su cabeza se vuelven en sinfonía de gritos, en una tragicomedia de amores y odios lejanos.

Resuelve disparando el arma, un estruendo hace eco en la habitación, una tenue línea de sangre aparece de una pared que guardaba celosamente todas las lágrimas de Sofía, llevándolas a un estado de vida, de voces, asesinando a aquella pared en la cual se lamentaba siempre, era quien le hablaba, palabras de ladrillo que fueron silenciadas al tirar del gatillo. 

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