Se sube al bus, esta vez sabe
que no es casualidad, que corre el riesgo de perder el encanto de lo fortuito y
lo inesperado, pero se arriesga con tal de ver aquella menuda figura sentada en
una buseta. Ve caer el atardecer, entre vitrinas cerradas y puestos
estacionarios, la brisa hace su aparición cada vez que quiere suspirar, no
quiere darse cuenta que no hay viento más fuerte que su misma respiración, la
cual perderá de inmediato a ver a su mariposa, a aquella mujer que no sabe de dónde
vine, ni a donde va, una anónima que le roba el sueño.
Ve su diadema fucsia,
aquel color que juega con la blancura de su piel, con la delicadeza de su
mirada, de la feminidad de sus delicadas manos, piensa que da miedo tocarla, no
se vaya a dañar o romper, es su muñeca, de aquellas que veía en una cajita
musical. No lo piensa, afanado se sube, se hace el que no la ve, pero sabe que
su mirada se volcará hacía aquella princesa anónima, se le acerca con
disimulo hasta que ella se da cuenta y le sonríe, en ese segundo piensa
una y mil cosas, hasta que le responde con otra sonrisa, sintió que no haber
visto un atardecer tranquilo valió la pena, sabe que esa mirada es única
perdida entre el bullicio del tráfico y las calles.
Lleva sus audífonos altos,
con aquella música que le hubiera gustado que estuviera de moda al verla,
quería que esa aura de antaño se posara sobre sus ojos, sentirse fuera del
espacio y el tiempo, ella lo llevaría en sus alas, en su cuerpo en su sonrisa,
en sus manos. Quiere que el tiempo pase lento, despacio, inerte, se resiste a
pasar otra tarde en vano, sin escuchar su voz más de cerca, saber su nombre,
solo tímido roza sus piernas con las de ella, la ve espabilar, abrir sus
hermosos ojos de caramelo, los cuales creen que en vez de lágrimas, le sale
miel.
La ve soñar levente, sabe
que está cansada, le cuida ese breve sueño con la mirada, ver sus pestañas
unidas, ver su respiración a través de su blusa. Quiere estar dentro de ella,
ser soñado por ella, que al despertarse lo vea con esa misma mirada de la
primera vez, quiere que todas las tardes sean como la primera, que no se pierda
la magia de la casualidad, que puede ser asesinada por la tenebrosa rutina que
elimine aquel palpitar que siente al verla cada cuánto.
Otra
vez ella, mujer de porcelana, mariposa urbana que le roba la mirada, le
secuestra la sonrisa, lo hace preso de un paseo en el concreto. Que sean
largos los trancones, no importa. Que el labial de su boca sea el reflejo del
stop de los carros, que la iluminen las luces que encandilan desde el otro
carril.
Que la casualidad los siga
uniendo, que la magia del no saber sea el motivo de las sonrisas y despedidas y
no una futura despedida aniquile toda magia alguna vez soñada.
1 comentario:
Como mencionas en otro de tus articulos: "El amor no conoce de nada, es solo una manifestación de nuestro cerebro que debemos aprovechar", aunque yo creo que no solo es cuestión de "cerebro" y tu mismo lo demuestras....hermoso escrito señor de hielo!!!!!... prueba fehaciente que tu también podrias descongelarte y con el agravante que es "solo" una anónima....m
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