Ayer, después
de tanto dar vueltas y demás, decidí ir al cementerio a dar uno de mis
acostumbrados paseos llenos de nicotina. Fueron diez cigarrillos en menos de
una hora. Debo decir que me encanta ir al cementerio, sobre todo al universal,
a pensar muchas cosas, sentir otras o creer que pienso y siento otras para
volver luego al mismo lugar. Más allá de la contemplación arquitectónica del
lugar, está la reflexión misma sobre la vida. Nunca sobre la muerte, asumo que
nada hay más allá ¿Entonces para qué?
El ver
un cortejo fúnebre siempre me ha llamado la atención ¿Morbo? Puede ser, pero
sobre todo por saber quién fue el muerto, qué hizo ¿Merece las lágrimas? ¿Las
recibe por cortesía? Quién sabe, puede ser que el muerto haya sido algo
importante para la vida de sus dolientes, así como pudo haber sido un estorbo.
Hay formas de intuirlo, solo que no de manera inmediata, sino cuando uno ve las
tumbas corroídas, acabadas, con flores artificiales que le ahorran a la familia
el estarlas cambiando. Otras están llenas de flores frescas, con ese agradable
olor en medio de la muerte. Las flores huelen a muerto. Así como un ramo de
rosas puede matar una poesía o una canción.
Pero algo que siempre me llamará
la atención, son las muertes de los novios, de aquellos jóvenes amantes,
aquellos que hacen desear que el tiempo jamás pasara, aquellos que por momento
desearían nunca morir. Me pasa al mirar las tumbas de personas menores de 25
años, siempre me imagino las últimas horas, al enamorado suplicando, estar en
esa agonía de no poder hacer nada por volver a besar a su amada, por no volver
a abrazarla, sobre todo el saber que no podrá soñar con ella en un futuro. Sí,
eso es lo que me imagino al ver lapidas así.
Un amor que muere tan joven da
mucho qué pensar, sobre todo cuando uno recuerda el estar enamorado a cierta
edad, que puede ser mucho más intenso por ser algo desconocido, aunque siempre
será desconocido, sin embargo las primeras veces suelen ser un poco más
intensas o al menos las viví así. ¿Si se muere una que uno no correspondió?
Siempre me pregunto eso, de hecho me pregunto muchas cosas. ¿Qué se debe
sentir? ¿Pensar en lo que pudo ser y no fue? No seamos tan cínicos, aunque la
situación nos podría poner a pensar en eso.
¿Si se muere aquel imposible?
Esto casi seguro, que a los entierros van muchos y muchas que lloran aquello
que en vida nunca le dijeron al muerto. Sus sentimientos, el amor que llegaron
a sentir y nunca expresaron. Más de un doliente lleva una historia de amor en
sus lágrimas. Pero uno en vida deja morir, lo dejan morir y a veces se siente plenitud. Tal vez la
tranquilidad de su presencia física hace que duela menos en comparación a nunca
volverla a ver. La vida da muchas vueltas, somos una tragicomedia en la que
deseamos lo que no nos conviene y lo que nos conviene nunca fue deseado.
Ahí queda lo que pensé ayer en el
cementerio, arrastrando cada colilla de cigarrillo para poder encontrar el
camino, aunque pudo haber salido directo por la 47 o haber buscado la 50. Pero el
encanto de ver la entrada por la 47, viendo el sol caer, con un cigarrillo en
la mano, me hace sentir en cualquier lado, menos en Barranquilla.
1 comentario:
Pienso exactamente lo mismo,amo los cementerios
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