martes, 5 de febrero de 2013

Fastidio de una ilusión.


Queda el recuerdo de lo soñado, vaya consuelo. Mientras caminaba por unas calles solas pensaba en eso, en esos recuerdos de lo que alguna vez soñó y no pudo tener. Se notaba cansado en su mirada, los suspiros parecían robados de cualquier mujer que alguna vez amó, o al menos eso quería creerse a sí mismo. Su paciencia era poca, la disfrazaba de eterna buscando ganar algo que fuera difícil, cuando lo difícil era no poder hacer de las oportunidades unas hermosas realidades. Las cambiaba siempre por algo sublime, por algo que nadie más podría tener. Solo se quedó.

Parecía no importarle robarle el sueño a una dama, sabía que esa dama estaba más atada a un pasado que a un presente, como un maniquí estático las observaba. Buscando adornarlas con canciones y poesías, cualquier palabra la sentía como un bálsamo para aquellas damas olvidadas, poco queridas y siempre despreciadas por otros. Pobre tonto, siempre creyó que esos eran los afortunados.

Seguía tratando de encontrar algún tipo de fortuna, algo que le hiciera creer que sus musas eran reales, que tenía alguna razón de ser tanta pensadera, tanta soledad, tantas botellas vacías en sus pies, sus dedos maltrechos por tratar de dibujar aquello que no podía ver. Siempre iniciaba de la misma manera, pensando primero en verla morir que en poder amarla. En sentir que la iba a perder y no en poder, por ratos, tenerla. En sentir que esa vida era otra más que iba a dolerle en su vida. Las mataba sin piedad, las amaba sin eternidad.

Otra botella más, otro fondo finito que observaba. Buscaba en el amargo de su bebida algo de dulce, engañando a sus sentidos tratando de divisar a cualquiera de esas mujeres. Las sentía como propias, las veía reflejadas en varias partes, en las flores, en la tierra del cementerio, en cualquier agua estancada esperando ser evaporada por el sol. No sabía de qué otra forma pensar en ellas, de sentirlas, al menos lejos de él. Pensaba en cualquiera, una forma aleatoria en su conciencia lo ponía de frente con aquello que no tenía, con sus deseos. ¿Ahora qué? Solo imaginar el día en que le hicieran falta para luego después tratar de tenerlas. Le salía más fácil sufrir la ausencia que vivir una presencia.

No le entraba más, vivía de la repetición, de aquellos sinónimos y antónimos usados. Trataba afanosamente de hacer única a cada una de sus lejanas amadas, así a ellas no les importaba, así ellas lo ignoraran. Su vida era así, rodeado de tantas cosas y al tiempo lejana de muchas, entre ellas el amor. Sabía que el amor solo era eterno por momentos, aquellos en que se siente que la vida es eterna, que toda sensación es intensa. ¿Luego qué? ¿Luego ella? ¿Otra? Las mismas de siempre.

Momentos perennes en su memoria, como aquella flor artificial que adornaba su viejo libro de Chejov, dando un aroma inexistente a la lectura, lejos del aroma de sus amadas. De aquellas que alguna vez no le fue indiferente, para aquellas que también no eran diferentes al resto. Pero vivía feliz en sus engaños, en pensar siempre haber sido correspondido, al menos tenido en cuenta. Su vida solo fue eso, placeres y sentimientos inventados, tal vez para que el placer no fuera tan banal, para que la banalidad fuera placentera.

Cercano a la muerte, lejano al amor. Anulado en sus vivencias, inundado en sus fantasías.

Solo así vivió, solo así murió. 

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